sábado, 21 de febrero de 2009

UNA PLAZA EN SILENCIO




Si ese anciano pudiera decirle algo se sentiría mejor.

Si ese adolescente se atreviera finalmente a confesarlo también se sentiría mejor.

Pero ambos viven en un mundo sin apenas palabras, lleno prisas y según les parece sin esperanza alguna.


Si supiera que en el peor de los casos solo iba a encontrar desprecio, una mirada altiva y nada más, que no iba a haber ningún insulto de por medio o incluso hasta violencia hacia su persona, se acercaría a él y le diría que aún sin conocerlo de nada, su cara ha hecho renacer dentro de su viejo cuerpo, ya caduco desde hace años, sensaciones que creía olvidadas, reservadas a aquellos repletos de ilusiones y sueños y no a él, y si, puede que hasta ese chico se quedará escuchándole, interesándose por su vida, ofreciéndole diez minutos de conversación que le recordarían de repente la sensación ya olvidada, calurosa y excitante, taquicárdica, que se tiene al hablar con alguien joven, al sentir una sonrisa tan plena como la suya cerca, al perderse en unos ojos aún limpios y grandes y no pequeños, apagados, casi invisibles, como engullidos por el propio cuerpo para poder seguir viviendo.

Pero no, sería demasiado arriesgado atrevido y humillante. Menos mal que la fuente le oculta y hace imposible que el chico desde su banco pueda verle. Ya ha escuchado demasiados insultos, todavía retumban en su pequeña cabeza los de hace unos diez días aproximadamente. Se ha acostumbrado, es un cobarde, lo más seguro y lo más digno pasados los sesenta.



La ciudad es un monstruo enorme para él. Cada dia que pasa se da cuenta además que es más grande de lo que pensaba y que se extiende en realidad mucho más allá de lo que algunos mapas que hay en su casa señalan. Y en esa misma proporción, a medida que pierde más y más mañanas vagueando por aquí y por allá, saltándose las clases, como que también no le ha quedado más remedio que darse cuenta que está más solo que nunca. Testigo de risas, de abrazos, de besos, de aventuras en las que los chicos de su edad participan. Un cuerpo de cristal, el suyo, hecho para la soledad, para no tener nunca a nadie piensa y mientras, deja caer el flequillo recién teñido de morado sobre su cara, sabe que se la tapa por completo, y por supuesto se alegra de lo pálido que debe de estar, de su delgadez, de sus manos casi transparentes.

Solo sus ídolos musicales podrían comprenderle. Escriben canciones que parecen hechas para él. Ellos deben haberlo vivido, haber pasado por lo que él pasa .

Recogido sobre si mismo en la fría tarde invernal, derritiéndose de dolor y pena, diciéndose a si mismo todas esas palabras que nunca saldrán de su boca de momento, se siente incapaz de pensar en algo serio, importante. Solo puede mirar y mirar hacia la fuente, ver como el agua de nuevo sale de la misma en dirección al cielo una y otra vez.



El anciano decide finalmente levantarse del banco de la pequeña plaza. No olvida su cargamento de dvd´s de segunda mano y comprados de oferta en esa vieja tienda casi a oscuras situada en el subsuelo de esa misma plaza. Al pasar al lado del chico, después de haber dado la vuelta entera a la plaza, sentado en otro banco, no puede evitar el mirarlo de nuevo, recordando eso si, la primera vez que lo vió allá dentro, hace unos minutos, revolviendo entre un montón de cd´s a un Euro, justo en la esquina más oscura de dicha tienda, bajo un enorme ventilador que solo las tardes más calurosas del verano ha visto en funcionamiento.

Ha debido comer un caramelo de fresa –piensa al dejarlo atrás.

Sus labios estaban como pintados de un vivísimo color rojo, pidiendo a gritos probablemente que alguien de su edad se los besase.

Yo ya no podría. Soy muy mayor.

Pero me encantaría.

Me gustaría que el mundo entero, a excepción mia claro, se detuviera ahora durante unos pocos minutos y que yo pudiera hacer entonces todo lo que quiero hacer. Y que nadie recordara nada después.

Sería genial.

1 comentario:

  1. Brillante descripción de la escena y de los monólogos interiores de los personajes.

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