jueves, 19 de marzo de 2009

1976 Primera parte


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Calle del Canal catorce, dieciséis, dieciocho.


Supuso que vivir allí, en cualquiera de los chalets de aquella calle, no sería muy distinto de ser una abeja y estar dentro de una colmena, o bien de ser una hormiga que cada noche termina siempre por volver al hormiguero.

A la salida de Barcelona cientos de pequeñas casas unifamiliares adosadas y distribuidas en unas pocas calles al lado de una autopista.


Se dio cuenta que de una de ellas salía algo de música a través de una ventana que alguien había dejado abierta .

Otra, en su azotea, tenía algo de ropa tendida pero ¿quién sabe?, a lo mejor se trataba solo de engañar a los ladrones, de hacerles pensar que no se habían ido de vacaciones.

Hacía aún mucho calor en cualquier caso y apenas había coches aparcados en la calle. La mayoría eran además furgonetas de carga, de color blanco y llenas de golpes y roces, con los cristales traseros llenos de pegatinas.

Calle del Canal cuarenta, cuarenta y dos, cuarenta y cuatro.



Sin saber porque entonces se acordó de algo que le había pasado al otro lado de la ciudad, nada más salir de su casa, cuando caminando por la acera se había encontrado con un niño de unos once o doce años montado en una especie de reproducción de coche de Fórmula 1. Le había dicho todo serio que no podía pasar por ese trozo de acera que estaba a punto de recorrer pues era suyo, o de su familia mejor dicho, y en ningún momento nadie de la misma le había dado permiso para hacerlo. Su padre entonces salió rápidamente del jardín de la casa algo preocupado, con una sonrisa como disculpa y regañando a su hijo a la vez .Suso también le sonrió, en realidad no solo a él sino a su hijo también. Le había dado tanta pena. Era un chico gordito, que hacía cosas aún de niño pequeño, del que seguro que sus amigos se reían. Tenían demasiadas cosas en común como para enfadarse entre ellos. A veces lo pagamos todo con quien menos se lo merece pensó un poco triste.

Calle del Canal sesenta y ocho , setenta, setenta y dos.



Echó un último trago a la botella de cincuenta centilitros de agua mineral. Encendió su mp3 y Peter Frampton comenzó a sonar. Si un coche pasara por allí mismo y lo atropellara y dejara inconsciente en el suelo todos se sorprenderían de encontrarse bajo ese sol abrasador a un chico de diecisiete o dieciocho años escuchando esa música. No importaría nada que luego en el hospital descubrieran que en realidad tenía casi veinte años.

Peter Frampton, Yes, Led Zeppelin, Emerson Lake Palmer ¡quien demonios era ese chaval!, ¿De dónde podía haber salido? se dirían entre ellos se imaginó.

Calle del Canal ochenta, ochenta y dos y ochenta y cuatro, por fin casi había llegado. No había vuelta atrás.


El sol a lo lejos estaba a punto de empezar su ruta descendente de todos los días.

Un repentino olor a cloro de repente lo había impregnado todo.

En un cartel observó que si giraba a la izquierda en el próximo cruce se daría de bruces con la piscina municipal.

Calle del Canal ochenta y ocho.

Por fin.


Decepcionado Suso descubrió que era otro chalet exactamente igual que los anteriores. Sin nada que lo hiciera resaltar.

Como mucho una maceta con unas cuantas plantas muertas en la jardinera de la ventana contigua a la puerta de entrada.

Por lo demás el mismo color entre anaranjado y rojizo de los ladrillos, las mismas persianas de color blanco, la misma baldosa marrón del suelo.

Tomando aire, llenando sus pulmones, Suso sacó un papel doblado del bolsillo trasero de su pantalón y echándole una última mirada finalmente terminó por introducirlo dentro del buzón.
Ya estaba hecho.

Un escalofrío recorrió su espalda.

Dándose la vuelta pocos segundos después inició el camino de regreso a casa, el mismo de antes pero al revés.

No tenía miedo de volver a encontrarse con todas sus antiguas preguntas de nuevo. No es que tuviera las respuestas pero ya había levantado bien sus defensas, esas que le hacían casi inexpugnable.

Era un desastre. Estaba condenado a la más absoluta de las infelicidades, de las soledades. Nunca nada cambiaría.

Y por primera vez en mucho tiempo pensó en “él” pero muy escépticamente, nada que ver con todas esas ensoñaciones que tumbado sobre su cama muchas noches de ese verano había construido.

¿Cuántos años tendría?. Mínimo cuarenta y cinco.

¿Cómo sería en 1976?. Desde luego nada parecido a como yo lo soy treinta y dos años después.

Una imagen de si mismo en blanco y negro, vistiendo unos pantalones vaqueros acampanados y con media melena y un poco de barba ocupó por completo su cabeza.

No pudo evitar reírse un poco.

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