lunes, 23 de marzo de 2009

1976 Primera parte








3







Tenía pánico a sus propias preguntas más que nada. A sus propios pensamientos.

No obstante creía que poco a poco , por fin, ya los iba controlando y por eso sabía como hacer para que no le afectaran en su vida normal, no le hundieran cada vez que sin previo aviso aparecían.

Pero tampoco estaba muy convencido de ello.
Nada en realidad.



Mientras, el metro iba a toda velocidad.

Como Suso estaba seguro que de un momento a otro le llamaría por eso consultó su teléfono móvil de nuevo.
Alguien que te deja en tu buzón algo que has escrito treinta y dos años atrás y que escribe su número para que te pongas en contacto con él….Yo no esperaría ni un minuto al menos. Me lanzaría.

Tenía aún que parar en Sants –se acordó- y recoger unos cuantos discos de vinilo de segunda mano que había comprado por la mañana y que había dejado en una consigna de la estación antes de ir a casa de él. Nada memorable desde luego, aunque a lo mejor hasta alguno de ellos le resultaba interesante. Uno de la B J H, el “Love Beach” de Emerson Lake & Palmer, su decadencia, y por último “The friends of Mr Caro” de Jon Anderson y Vangelis. Entre los tres no habían llegado a costarle más de cinco euros. Una ganga vamos. Y luego tendría que salir disparado hacia casa pues no había resuelto ni una sola de las ecuaciones que pensaba haber hecho ayer sábado, o ninguno de los análisis sintácticos que en teoría el viernes por la tarde tenía que haber dejado finalizados y no quería meterse en problemas de nuevo.


4

Suso miró fijamente , como si fuera una obra de arte, algo realmente bello e irrepetible, aquella hamburguesa acompañada de patatas fritas y una Coca Cola.
Se dijo a si mismo que llevaba toda la tarde andando y que se la merecía. No iba a engordar más por tomársela.
Sabía perfectamente que para su madre esa excusa nunca sería válida. Ella no le dejaba tomar nada de chocolate o bollería a media tarde, ni Cola Cao por la noche, o pan para acompañar cualquier comida, recriminándole siempre lo gordo que estaba.
La cuestión era que se veía delgado en el espejo cada vez que se miraba en él, y sus amigos le decían que solo lo estaba un poquito, que no había porque preocuparse. Pero sus padres sin embargo, sus padres siempre terminaban por estropeárselo todo, pues no dejaban de repetírselo desde hacía meses, una vez al día por lo menos, estaba gordísimo.
Debería como ellos hacer algo de ejercicio, comer más sano le aconsejaban siempre.
Ahora ellos dos estaban a más de mil kilómetros de distancia asi que tampoco tenía porque tenerlos demasiado en cuenta concluyó.

Estaba sentado en la planta de arriba de la hamburguesería tras haber salido de la estación de tren a las diez en punto de la noche en vez de haber continuado la ruta hacia su casa. Rodeado de gente que en su mayoría como de costumbre se encontraba acompañada.
También estaba a la expectativa, seguro de que por fin algo le iba a pasar, al menos nada más sentarse allí, pues luego poco a poco su ánimo como de costumbre fue decayendo a medida que se hacía más evidente que la oscuridad en la calle ya era casi completa. Recordó esas tardes del ultimo dia del año, Nochevieja, cuando era un crio aún, esas frias tardes en las que también parecía una vez que se había hecho de noche algo mágico iba a suceder, tenía que suceder, y en las que finalmente por supuesto nunca pasaba nada.

Keith Emerson mientras pensaba en todo esto llenaba su cabeza de sonidos chirriantes.

Si, necesitaba hablar con alguien, que alguien le hablara, se interesara por su vida, le dijera algo y él a su vez, como contrapartida, pudiera también contarle al menos un poco de su vida. En las últimas cuarenta y ocho horas lo único que había dicho había sido el nombre de la hamburguesa que ansiosamente ya estaba devorando, si quería patatas fritas o no y la bebida que deseaba, apenas veinte segundos le había tomado.
Necesitaba algo más en sus vacaciones que su profesor particular, El Marcos como le llamaban todos, pero sabía que conseguirlo era casi imposible por mucho que él pusiera de su parte.
La vida iba por un lado y él por otro.

Se acordó de su viejo Renault Megane de color verde oliva.
Reconocía a esas alturas ya el sonido de su motor pues lo oía llegar todas las mañanas a las nueve en punto, medio dormido aún en la cama.
Siempre rezaba porque no fuera él pero desgraciadamente si que lo era y enseguida sonaba el timbre y tenía que abrirle la puerta del jardín primero y luego la de casa, y en cinco minutos empezar con las clases particulares de recuperación un dia más.
El Marcos había sacrificado su verano, se había quedado a solas en Barcelona mandando a su mujer e hijos al pueblo para ganarse un dinero extra dando clases a chicos como él.Era un hombre muy delgado pero con una tripa enorme, de pelo grisáceo, con una cara que denotaba siempre cansancio y unos pequeños ojos verdes incrustados en la misma que parecía por la expresión que ponía que no le funcionaban demasiado bien, que apenas podía ver algo a través de los mismos.
Curiosamente él era uno de los profesores que le había suspendido en el colegio.
Con eso quedaba todo dicho.
Tenerlo en casa todos los días después de todo lo que le había hecho sufrir en la pizarra durante el año, sabiendo de primera mano aún más detalles de su desastrosa vida fracasada como estudiante, era una humillación más. La primera vez que lo vió en casa Suso quiso morirse, ser otra persona. No podía imaginar una vejación mayor.

En el fondo es una perdida de tiempo – recapacitó - pues cada vez me encuentro más y más perdido y entiendo menos cosas. Quizás debería plantarme definitivamente y repetir curso otra vez o dejar el colegio. Soy el único desastre que conozco. En clase claro que hay chicos que también suspenden pero no casi todas . Mi padre y mi madre eran muy buenos estudiantes. Mis abuelos también. El problema es que nada me importa demasiado, todo me da igual, soy un especialista en dejarme llevar creo.

Asoció de repente el placer que le produjo probar aquel helando de nata y con trozos de M&Ms que había comprado como postre , con el momento justo en que El Marcos daba por terminada la clase a las dos los viernes y empezaba a recoger todos sus libros metiéndolos en una gastada cartera de piel marrón. Suso se sentía tan liberado, tan feliz y relajado en ese instante. Durante unos pocos minutos quedaba aún tanto tiempo para la próxima clase que hasta parecía que esta nunca iba a existir, que aquello si que eran unas vacaciones y un verano de verdad.

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